El escritor se sentó en medio de su propia nada para intentar crear. Era tan normal el mundo a su alrededor, y era tan anestesiante aquella normalidad, que se preguntó por qué se llamaba escritor, si no sentía la necesidad.
Notó que tenía hambre y pidió algo de comer; le entró entonces sed, y pidió algo de beber. El tentempié le dio sueño y sin moverse de su asiento, dio una cabezada.
Soñó entonces con la más trágica de las realidades y se vio preso en la más miserable de las existencias.
Al despertar, se precipitó sobre el papel y convirtió aquella pesadilla en un texto exquisito y, al terminar, se dijo: Claro que soy escritor, lo que ocurre es que no sé qué es la necesidad.
martes, 6 de abril de 2010
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