¿Sabéis?
Hubo un tiempo en que fui escritor. Estaba preso en una celda de dos por dos conmigo mismo. No tenía papel ni lápiz y escribía tintineando con los dedos en la fría roca que me servía de catre. El soporte de mi obra era el mismo que el de mi vida. Garabateaba con mi cuerpo, arrastrándome por mi lecho, haciendo ejercicios para no quedar atrofiado, escalando las paredes húmedas en ataques de locura, tiñendo las letras de rojo con la sangre que manaba bajo mis uñas.
Fueron tiempos prolíficos, de enrevesadas novelas que se resolvían con la definición de un quebrado exacto. Escribía poesía con mi llanto y teatro con mis pasos. Guardaba toda una biblioteca de aquel tiempo que no embalé en la última mudanza, junto con mi ropa jironada y mis cuatro anhelos.
En el palacio en que ahora vivo, sobre su mármol fino y pulido, no se escriben las frases de mi existencia cómoda y alejada de aquella oscuridad autosuficiente.
Observo inerme sus paredes. Sus librerías están vacías de deseos.
jueves, 16 de septiembre de 2010
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