Tengo 30 años, soy escritor y estoy en paro. Es curioso pero nunca había sentido la necesidad de escribir un diario. Quizás, en este caso, la necesidad venga propiciada por la conciencia de capacidad, al contrario de lo que suele ocurrir. No creo que los 30 recién cumplidos tengan demasiado que ver con mi nueva disposición, aunque me resulta fácil agarrarme al tópico y aceptarlo. Los años me han dado la serenidad suficiente como para sentarme frente al papel y contarme cosas a mí mismo. A mí, que apenas existo más allá de las letras.
Un diario es una responsabilidad mayor que coleccionar puntos de libro o entradas de espectáculos, cosas éstas que siempre me gustó pensar que haría. Tengo puntos de libro y entradas repartidas por las cajas de todas las mudanzas que tejen mis raíces y así ha ocurrido también siempre con los capítulos de mi pasado. Dentro de cada caja de cartón, una biografía de 10 minutos, una maraña hecha con los cabos de cien madejas de colores.
Una vez escuché que todo escritor vocacional se inicia con su diario. Puede que así sea, pero en mi caso la necesidad (vocación es uno más de los muchos términos que la tradición judeo-cristiana nos prestó con altos intereses), la necesidad de escribir, digo, vino más determinada por el impulso de vivir mi vida que por el de dar fe de ella. ¿Quién soy yo? ¿Me parezco acaso a Tom Joad, a Guillermo de Baskerville, a Cully "Cuenta Atrás", a Tom Hagen?
Puede que eso sea lo que ha cambiado. Hoy, por alguna absurda razón, me siento cerca de aquellos personajes, me noto inmerso en una extraña obra cuyo argumento me resulta excesivamente familiar.
Me olvidaré de inventar por un instante, y aunque a veces no sea fiel a la realidad, juro solemnemente no mentir.
Tengo 30 años, soy escritor y este es mi primer diario.
martes, 10 de noviembre de 2009
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